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martes, 27 de diciembre de 2011

No puedo crecer por ti

Publicado por Miguel Ángel Santos Guerra  | 9 Enero, 2010

Cada persona tiene que madurar y crecer a través de su propio esfuerzo. Nadie puede suplir a otro en la tarea de su maduración. Los demás pueden ayudar, aconsejar, aplaudir, pero no pueden reemplazar a nadie en lo que cada persona tiene que hacer. Hay que regar el árbol, abonarlo y podarlo, pero es el árbol quien tiene que crecer. Y, por cierto, hace muy poco ruido cuando crece. No se puede tirar de las ramas hacia arriba para que lo haga. Los agentes externos facilitan, propician ayudan, pero no crecen por él.

Suelo aplicar a la educación una metáfora que Neruda dedica al amor. Amar (educar) es hacer con las personas lo que la primavera hace con los cerezos. La primera crea las condiciones pero es el árbol el que crece. el que florece, el que da frutos. Es necesaria la primavera, pero ella sola no hace que el árbol se desarrolle. En plena primavera hay árboles que se atrofian, que acaban muriendo.

Reivindico aquí la autonomía del ser humano para llegar a ser lo que realmente quiere ser, dentro de sus posibilidades genéticas, dentro de sus potencialidades, en el marco del contexto que elige. Reivindico su derecho a desarrollar al máximo y de forma autónoma sus potencialidades.

Lo que los hijos y alumnos nos dicen a los adultos es lo siguiente: “Ayúdame a hacerlo sólo”. De lo que se trata no es de que los alumnos y los hijos piensen como nosotros sino de que piensen por sí mismos. Lo que se pretende no es que decidan lo que nosotros queremos sino que aprendan a decidir por sí mismos.

La indoctrinación se diferencia de la educación en que no deja un margen a la libertad del individuo. Impone los valores a la fuerza. Y un valor que se impone a la fuerza deja de ser un valor. La educación propone, sugiere, explica, pero respeta la libertad del educando. De ahí la importancia de la libertad y de la responsabilidad que de ella se deriva. No es cierto que hasta que no tengan responsabilidad no se les puede conceder libertad sino que mientras no ejerciten la libertad no pueden adquirir responsabilidad. (Tengo que matizar lo que he dicho. Porque he hablado de conceder libertad. Sería más preciso hablar de devolver la libertad. Porque la libertad es suya, no es que nosotros se la concedamos).

Cuando se habla y se piensa y se escribe sobre educación se suele poner el foco en los educadores y menos veces en los educandos. Ellos tienen una parte inexcusable de responsabilidad.

Hace tiempo y no sé dónde leí (o escuché) una anécdota que viene como anillo al dedo para explicar lo que quiero decir. Un profesor recibe una demanda exigente de un alumno para que le explique con más detalle, con más pormenores, de manera desmenuzada y clara el tema que tiene que estudiar. Y, además, le exige que le indique dónde puede encontrar más información.

El profesor le dice que le explicará lo que le pide, pero que será en otro momento. Invita a comer a su alumno y, en los postres, le dice que le permita hacerle un pequeño favor en muestra del aprecio que le tiene. El favor consiste en pelar el melocotón que el alumno va a tomar de postre.

- No, por favor, dice el alumno, yo puedo hacerlo sin dificultad alguna.
- Por favor, insiste el profesor, yo lo haré encantado. Quiero mostrarte mi aprecio.


El profesor monda el melocotón cuidadosamente. Una vez realizada la tarea le dice al sorprendido alumno:

- Permíteme ahora partírtelo en pequeños trozos para que puedas comerlo con facilidad.

- No, por favor, profesor, yo puedo hacerlo solo. Estoy acostumbrado.

El profesor parte el melocotón en pedazos ante la asombrada mirada de su alumno. Y, al terminar, le dice, metiendo un trozo en la boca:

- Permíteme que te lo mastique para que puedas comerlo de manera más fácil.

El alumno comprende lo que le ha querido decir el profesor con la metáfora del melocotón. Avergonzado, se disculpa con rapidez:

- Gracias, profesor Tiene usted razón. Me he equivocado al pedir que recorriese por mí el camino que yo tenía que atravesar en el proceso de mi aprendizaje.

- Sí, amigo, yo no puedo crecer por ti, concluye el profesor.

En el discurso pedagógico se olvida frecuentemente el papel del alumno, como si todo dependiese del quehacer del profesor, de la institución escolar y de la familia. Es cierto que algunos docentes han quemado las mejores ilusiones de sus alumnos por aprender, pero no es menos cierto que algunos alumnos han destruido las mejores intenciones que tenían sus profesores de enseñar. Tendremos mejores alumnos en la medida que haya buenos profesores, pero será más fácil que haya buenos profesores si tenemos buenos alumnos.

Los alumnos tienen su papel, un papel determinante. Porque sólo aprende el que quiere. Cuando un alumno no se esfuerza, cuando no pone nada de su parte, se hace inútil la tarea del profesor.

Hay que insistir en esa parte de la responsabilidad en el éxito escolar. Frecuentemente se atribuye el fracaso a la administración educativa, al profesorado, a la familia, a los medios de comunicación, a la sociedad en general, pero no se piensa en la parte que le corresponde al estudiante. Hay que decirlo así de claro.

El estudiante tiene que ser consciente del privilegio que supone poder estudiar de forma gratuita. Hay muchos niños y jóvenes en el mundo que no pueden disfrutar de él. Tiene que saber lo que cuesta su puesto en una escuela. Tiene que prestar atención a cada explicación o consigna, tiene que tratar bien las instalaciones y los materiales, tiene que esforzarse (porque el estudio requiere esfuerzo) de forma continuada y tiene que respetar a quienes tratan de ayudarle a aprender. En sus manos está una gran parte de la clave del éxito o del fracaso..Tenemos que decírselo así de claro los profesores y profesoras. Y no menos claramente los padres y las madres.

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