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jueves, 18 de septiembre de 2014

El toro de España, de García Montero.

Luis García Montero, genial como siempre.
Artículo 1º de la Constitución: es español todo el que no puede irse a otro sitio. Con esta afirmación irónica se desahogó Antonio Cánovas en una sesión del proceso constituyente de 1876. Alonso Martínez se había acercado al banco azul con la intención de hacer una consulta y el político de la Restauración, desanimado por algunas intervenciones, echó mano su sentido del humor para darle salida al cansancio.
El toro de España está muy lanceado y por los suelos. Durante siglos la metáfora del toro se extendió por la literatura para aludir a la furia española. Rafael Alberti y Miguel Hernández escribieron poemas combativos que simbolizaban en el toro la valentía de un pueblo capaz de hacerle frente a cualquier opresor. Claro que la capacidad de embestir también tenía su lado negativo, su cornada difícil. Por eso Salvador Espriu escribió La pell de brau  y habló de “buena tierra de odios, empapada en sangre”. Intentaba formular un deseo para España desde sus poemas: “Haz que sean seguros los puentes del diálogo / e intenta comprender y amar / las diversas razones y las hablas de tus hijos”. Mira de comprende i estimar / les raons i les parles diverses dels teus fills.
La imagen del toro, con su fuerza justa o cruel, deriva casi siempre hacia una tercera significación: la del pueblo toreado. Si se mira de cerca, suele ocurrir así. España es el Toro de la Vega, se parece mucho al animal engañado y maltratado de forma salvaje por algunos lanceros. La humillación se ha convertido en costumbre. Se puede robar, empobrecer, defraudar, mentir, desahuciar, estafar, criminalizar la pobreza, recortar derechos, perseguir a los sindicatos y decir barbaridades sin que ocurra nada. Haga lo que haga el elegido, la muerte lo recibirá con un funeral del Estado y una necrológica cargada de alabanzas.
España tiene problemas más graves que el toro de Tordesillas, desde luego. Pero un pueblo que permite o se vanagloria de este maltrato animal es un pueblo capaz de hacer cualquier disparate o de soportar cualquier humillación. Prepotencia y humillación son las dos caras de una misma moneda.
Mano dura e incapacidad de diálogo. Ahora que una parte de los catalanes quieren tomarse al pie de la letra las palabras de Cánovas, sale el ministro de Asuntos Exteriores amenazando con una tajante imposición del orden. El diálogo parece imposible porque aquí se lleva poco lo de intentar comprender las diversas razones y hablas de la gente.
No es extraño que el ministro se muestre tan matador. Hace dos meses un batiburrillo de intelectuales y de calumniadores mediáticos presentó un manifiesto exigiendo una rotunda imposición del orden sobre Catalunya. Cuando los intelectuales, en vez de analizar, interpretar, debatir y dar alternativas, no tienen otra voluntad que la de exigir que se imponga orden, es que el toro del pueblo está a punto del descabello. Por si le faltaba  algo a la broma, se autodenominaron representantes de los libres y los iguales, mientras apoyaban con su firma la inflexibilidad de un Gobierno caracterizado por una idea represiva de la justicia y un metódico trabajo para abrir brechas sociales, tanto en la economía como en las diferencias de género.
Entre la furia del toro y su humillación, estamos en un momento de perplejidad. No sabemos cómo va a acabar la corrida. No sólo Catalunya…, todo el país está entre el sí y el no. La sustitución de la cuestión social por un debate sobre la identidad puede darle mucho juego a la derecha española. Es verdad: el espectáculo de las élites resulta tan escandaloso en su deshonestidad que parece posible un vuelco indignado, un estallido social en la calle y político en las urnas. Pero es posible también que acabe venciendo el miedo, que domine el toro lanceado, y que la furia se convierta en mansedumbre para que todo siga igual. Hay mansedumbres furiosas. El orgullo sin rumbo es mugido de buey.
Entre el sí y el no, dan ganas de tomarse en serio el artículo 1º imaginado por Cánovas. Ganas de salir corriendo. Pero los interesados en quedarse y en transformar el ruedo ibérico deberían tomar en serio las palabras de Salvador Espriu: tender puentes seguros para el diálogo.

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